El día en que yo muera

El día en que yo muera no habrá cansancio ni hastío,
Ni sol ardiente, ni sudor en mi frente.
No habré dejado de mirar el bosque
Ni de sentir la lluvia en el tejado.
Habré susurrado una canción que suavemente
llegará hasta mis hijos como un halo.

El día en que yo muera
sentiré más amor por lo que he amado;
Y no sentiré dolor a mi manera, de las cosas fueron y pasaron.
Y volaré el recuerdo de estrellas infinitas
brotando de tus dedos y tus manos hija mía.
Volaré por el bosque y las montañas
recordando el verdor de tus quehaceres hijo mío.

El día en que yo muera sembraré un pensamiento entre las rocas,
y será tales ves, a mi manera, un modo de quererte amada esposa,

Un modo de dejar petrificado el amor que sembraste en mis pupilas,
en las ansias benditas de mi boca y las horas felices de mi vida.
Un modo de decirte lo mucho que te amo
cuando cierre los ojos prendido de tus manos.

Cuando vuele feliz mi pensamiento por las cosas bonitas que me has dado,
por la sombra feliz de tu existencia,
por los bellos momentos, y tu dulce perdón de mis pecados.

Antes de partir, mi ¡Dios! Te pido tiempo,
para acabar la melodía que en mis susurros
ha sido canto de amor hacia otra gente.

A los niños del mundo que he amado inmensamente.
A sus gritos traviesos que alegraron mi alma
y sus besos dorados que besaron mi frente.

A labriegos del campo bajo el sol inclemente,
mitigando el sudor que trasudan sus frentes en la lucha infinita.

A los viejos que gimen desamor como un luto
en la ausencia y la espera de un amor cualquiera para morder su fruto.

Gracias Señor por tu paciencia, por tu gracia bendita que derramas,
Por tus ojos de luz para mi vida
Y la fuerza infinita que me inspiras.

Por tu amor desplegado en esta tierra
a la gente que anhela y que suspira,
por los ricos, medianos y más chicos
que se bañan de amor en agua viva.

El día en que yo muera, moriré por amor,
Así es mi vida.

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